Confesión de fe y distintivos
Iglesia Cristiana Bíblica Palabra Abundante
Palabra Abundante es una iglesia cristiana bíblica que existe por la gracia de Dios, sembrada por la gracia de Dios el 8 de marzo del 2015 con la perspectiva de glorificar al único Dios de la Biblia a través de nuestras vidas; predicando Su Palabra de una forma expositiva, con una visión evangelística y edificando el cuerpo de Cristo, todo esto obedeciendo Su Voluntad soberana.
Creemos fielmente que si la Palabra de Cristo abunda entre nosotros el Espíritu Santo nos llevara a honrar de mejor manera a nuestro Señor Jesucristo.
PALABRA ABUNDANTE
Comprometidos con el Evangelio
Misión
Ser una iglesia cristiana que despierte la fe en los escogidos de Dios, equipándolos con un conocimiento pleno de Su Palabra, para que todas sus obras terrenales estén fundadas en la esperanza de la vida eterna.
Visión
Predicar y vivir la Palabra de Dios tal y como está escrita en la Biblia, es decir, enseñar la sana doctrina fundamentada en Cristo; de esta manera, cada congregante e inconverso puede conocer, recibir y vivir el Evangelio de Salvación de Jesús, siendo confrontados, transformados y edificados mediante la obra del Espíritu Santo.
Confesión de fe
Enseñamos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre, y de esta manera los sesenta y seis libros de la Biblia que nos han sido dados por el Espíritu Santo constituyen la Palabra de Dios plenaria (inspirada en todas sus partes por igual) (1 Corintios 2:7-14; 2 Pedro 1:20, 21).
Enseñamos que la Palabra de Dios es una revelación objetiva, portadora de la Verdad (1 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 2:13), verbalmente inspirada en cada palabra (2 Timoteo 3:16), absolutamente inerrante en los documentos originales, infalible, y exhalada por Dios.
Enseñamos la interpretación literal-gramatical-histórica de la Escritura la cual afirma la creencia de que los capítulos de apertura de Génesis presentan la creación en seis días literales (Génesis 1:31; Éxodo 31:17).
Enseñamos que la Biblia constituye el único estándar infalible de fe y práctica (Mateo 5:18; 24:35; Juan 10:35; 16:12, 13; 17:17; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:15-17; Hebreos 4:12; 2 Pedro 1:20, 21).
Enseñamos que Dios habló en Su Palabra escrita mediante un proceso dual de autores. El Espíritu Santo guió de tal manera a los autores humanos que, a través de sus personalidades individuales y diferentes estilos de escritura, compusieron y escribieron la Palabra de Dios para el hombre (2 Pedro 1:20, 21) sin error en el todo o en la parte (Mateo 5:18; 2 Timoteo 3:16).
Enseñamos que, mientras que puede haber varias aplicaciones de algún pasaje en particular de la Escritura, no hay más que una interpretación verdadera. El significado de la Escritura debe ser encontrado al aplicar de manera diligente el método de interpretación literal-gramatical-histórico bajo la iluminación del Espíritu Santo (Juan 7:17; 16:12-15; 1ª Corintios 2:7-15; 1 Juan 2:20).
La responsabilidad de los creyentes consiste en estudiar para llegar a la verdadera intención y significado de la Escritura, reconociendo que la aplicación apropiada es obligatoria para todas las generaciones. Sin embargo la verdad de la Escritura está en una posición en la que juzga a los hombres, quienes nunca están en una posición de juzgarla.
Enseñamos que no hay más que un Dios vivo y verdadero (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5-7; 1 Corintios 8:4), un Espíritu infinito, que todo lo sabe (Juan 4:24), perfecto en todos Sus atributos, uno en esencia, existiendo eternamente en tres Personas — Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14) — mereciendo adoración y obediencia cada uno por igual.
Dios el Padre
Enseñamos que Dios el Padre, la primera persona de la Trinidad, ordena y dispone todas las cosas de acuerdo a Su propósito y gracia (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6). Él es el Creador de todas las cosas (Génesis 1:1-31; Efesios 3:9). Como el único Gobernante absoluto y omnipotente en el universo, Él es soberano en la creación, providencia, y redención (Salmo 103:19; Romanos 11:36).
Su paternidad involucra tanto Su designación dentro de la Trinidad como Su relación con la humanidad. Como el Creador, Él es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6), pero Él únicamente es el Padre espiritual de los creyentes (Romanos 8:14; 2 Corintios 6:18). Él ha decretado para Su propia gloria todas las cosas que suceden (Efesios 1:11). Él continuamente sostiene, dirige, y gobierna a todas las criaturas y a todos los acontecimientos (1 Crónicas 29:11).
En Su soberanía Él no es ni el autor de ni El que aprueba el pecado (Habacuc 1:13; Juan 8:38-47), ni tampoco anula la responsabilidad de criaturas morales e inteligentes (1 Pedro 1:17). En Su gracia Él ha escogido desde la eternidad pasada a aquéllos a quienes Él ha determinado que sean suyos (Efesios 1:4-6); Él salva del pecado a todos los que vienen a Él por medio de Jesucristo; Él adopta como suyos a todos aquéllos que vienen a Él; y Él se convierte, al adoptarlos, en Padre de los Suyos (Juan 1:12; Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9).
Enseñamos que Jesucristo, la segunda Persona de la Trinidad, posee todos los atributos divinos, y en éstos, Él es igual a Dios, consubstancial, y coeterno con el Padre (Juan 10:30; 14:9).
Enseñamos que Dios el Padre creó conforme a Su propia voluntad, a través de Su Hijo, Jesucristo, por medio de Quien todas las cosas continúan en existencia y en operación (Juan 1:3; Colosenses 1:15-17; Hebreos 1:2).
Enseñamos que en la encarnación (Dios hecho hombre) Cristo rindió o hizo a un lado únicamente las prerrogativas de deidad pero nada de la esencia divina, ni en grado ni en tipo. En Su encarnación, la segunda Persona de la Trinidad, existiendo eternamente, aceptó todas las características esenciales del ser humano y de esta manera se volvió el Dios-Hombre. (Filipenses 2:5-8; Colosenses 2:9).
Enseñamos que Jesucristo representa a la humanidad y deidad en una unidad indivisible (Miqueas 5:2; Juan 5:23; 14:9-10; Colosenses 2:9) Cristo es Verdaderamente Dios, Verdaderamente Hombre.
Enseñamos que nuestro Señor Jesucristo nació de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:23, 25; Lucas 1:26-35); que Él era Dios encarnado (Juan 1:1, 14); y que el propósito de la encarnación fue revelar a Dios, redimir a los hombres y gobernar sobre el reino de Dios (Salmo 2:7-9; Isaías 9:6; Juan 1:29; Filipenses 2:9-11; Hebreos 7:25-26; 1 Pedro 1:18-19).
Enseñamos que, en la encarnación, la segunda persona de la Trinidad hizo a un lado Su derecho a todas las prerrogativas de coexistencia con Dios, asumió el lugar de un Hijo y se atribuyó una existencia apropiada a un siervo mientras que nunca se despojó de Sus atributos divinos (Filipenses 2:5-8).
Enseñamos que nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo nuestra redención por medio del derramamiento de Su sangre y de Su muerte sacrificial en la cruz y que Su muerte fue voluntaria, vicaria, sustitutiva, propiciatoria y redentora (Juan 10:15; Romanos 3:24, 25; 5:8; 1 Pedro 2:24).
Enseñamos que debido a que la muerte de nuestro Señor Jesucristo fue eficaz, el pecador que cree es liberado del castigo, la paga, el poder y un día de la presencia misma del pecado; y que él es declarado justo, se le otorga vida eterna y es adoptado en la familia de Dios (Romanos 3:25; 5:8, 9; 2ª Corintios 5:14, 15; 1 Pedro 2:24; 3:18).
Enseñamos que nuestra justificación es asegurada por Su resurrección literal, física de los muertos y que Él ahora, después de haber ascendido, está a la diestra del Padre, en donde ahora Él es nuestro mediador como Abogado y Sumo Sacerdote (Mateo 28:6; Lucas 24:38, 39; Hechos 2:30, 31; Romanos 4:25; 8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 1 Juan 2:1).
Enseñamos que en la resurrección de Jesucristo de la tumba, Dios confirmó la deidad de Su Hijo y demostró que Dios ha aceptado la obra expiatoria de Cristo en la cruz. La resurrección corporal de Jesús también es la garantía de una vida de resurrección futura para todos los creyentes (Juan 5:26-29; 14:19; Romanos 1:4; 4:25; 6:5-10; 1 Corintios 15:20-23).
Enseñamos que Jesucristo regresará para recibir a la iglesia, la cual es Su cuerpo, en el rapto, y al regresar con Su iglesia en gloria, establecerá Su reino milenial en la tierra (Hechos 1:9-11; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis 20).
Enseñamos que el Señor Jesucristo es Aquél a través de Quien Dios juzgará a toda la humanidad (Juan 5:22, 23): a. Creyentes (1 Corintios 3:10-15; 2ª Corintios 5:10); b. Habitantes de la tierra que estén vivos cuando Él regrese en gloria (Mateo 25:31-46); y c. Muertos incrédulos en el Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15).
Como el único Mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5), la Cabeza de Su Cuerpo que es la iglesia (Efesios 1:22; 5:23; Colosenses 1:18), y el Rey universal venidero, Quien reinará en el trono de David (Isaías 9:6; Lucas 1:31-33), Él es el Juez que tiene la última palabra de todos aquéllos que no confían en Él como Señor y Salvador (Mateo 25:14-46; Hechos 17:30, 31).
Enseñamos que el Espíritu Santo es una Persona divina, eterna, no derivada, que posee todos los atributos de personalidad y deidad incluyendo intelecto (1 Corintios 2:10-13), emociones (Efesios 4:30), voluntad (1 Corintios 12:11, eternidad (Hebreos 9:14), omnipresencia (Salmo 139:7-10), omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipotencia (Romanos 15:13) y veracidad (Juan 16:13). En todos los atributos divinos y en sustancia Él es igual al Padre y al Hijo (Mateo 28:19; Hechos 5:3-4; 28:25, 26; 1 Corintios 12:4-6; 2º Corintios 13:14; y Jeremías 31:31-34 con Hebreos 10:15-17).
Enseñamos que el Espíritu Santo ejecuta la voluntad divina en relación a toda la humanidad. Reconocemos Su actividad soberana en la creación (Génesis 1:2), la encarnación (Mateo 1:18), la revelación escrita (2 Pedro 1:20, 21), y la obra de salvación (Juan 3:5-7).
Enseñamos que la obra del Espíritu Santo en esta época comenzó en Pentecostés cuando Él descendió del Padre como fue prometido por Cristo (Juan 14:16, 17; 15:26) para iniciar y completar la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es Su iglesia
(1 Corintios 12:13). El amplio espectro de Su actividad divina incluye convencer al mundo de pecado, de justicia, y de juicio; glorificando al Señor Jesucristo y transformando a los creyentes a la imagen de Cristo (Juan 16:7-9; Hechos 1:5; 2:4; Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18; Efesios 2:22).
Enseñamos que el Espíritu Santo es el agente sobrenatural y soberano en la regeneración, bautizando a todos los creyentes dentro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). El Espíritu Santo también mora, santifica, instruye y los capacita para el servicio, y los sella hasta el día de la redención (Romanos 8:9-11; 2 Corintios 3:6; Efesios 1:13).
Enseñamos que el Espíritu Santo es el Maestro divino, Quien guió a los apóstoles y profetas en toda la verdad conforme ellos se entregaban a escribir la revelación de Dios, la Biblia. Todo creyente posee la presencia del Espíritu Santo Quien mora en él, desde el momento de la salvación, y el deber de todos aquéllos que han nacido del Espíritu, consiste en ser llenos del (controlados por) el Espíritu (Juan 16:13; Romanos 8:9; Efesios 5:18; 2 Pedro 1:19-21; 1 Juan 2:20, 27).
Enseñamos que el Espíritu Santo administra dones espirituales a la iglesia. El Espíritu Santo no se glorifica a Sí Mismo ni a Sus dones por medio de muestras ostentosas, sino que glorifica a Cristo al implementar Su obra de redención de los perdidos y edificación de los creyentes en la santísima fe (Juan 16:13, 14; Hechos 1:8; 1 Corintios 12:4-11; 2 Corintios 3:18).
Enseñamos, con respecto a esto, que Dios el Espíritu Santo es soberano en otorgar todos Sus dones para el perfeccionamiento de los santos en el día de hoy y que hablar en lenguas y la operación de los milagros de señales en los primeros días de la iglesia, fueron con el propósito de apuntar hacia y certificar a los apóstoles como reveladores de verdad divina, y su propósito nunca fue el de ser característicos de las vidas de creyentes (1 Corintios 12:4- 11; 13:8-10; 2 Corintios 12:12; Efesios 4:7-12; Hebreos 2:1-4).
Enseñamos que el hombre fue directa e inmediatamente creado por Dios a Su imagen y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, con inteligencia, voluntad, determinación personal, y responsabilidad moral para con Dios (Génesis 2:7, 15-25; Santiago 3:9).
Enseñamos que la intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre glorificara a Dios, disfrutara de la comunión con Dios, viviera su vida en la voluntad de Dios, y de esta manera cumpliera el propósito de Dios para el hombre en el mundo (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11).
Enseñamos que en el pecado de desobediencia de Adán a la voluntad revelada de Dios y a la Palabra de Dios, el hombre perdió su inocencia, incurrió en la pena de muerte espiritual y física; se volvió sujeto a la ira de Dios, y se volvió inherentemente corrupto y totalmente incapaz de escoger o hacer aquello que es aceptable a Dios fuera de la gracia divina. Sin poder alguno para tener la capacidad en sí mismo de restauración, el hombre está perdido sin esperanza alguna. Por lo tanto, la salvación es en su totalidad la obra de la gracia de Dios por medio de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo (Génesis 2:16, 17; 3:1-19; Juan 3:36; Romanos 3:23; 6:23; 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1-3; 1 Timoteo 2:13, 14; 1a Juan 1:8).
Enseñamos que debido a que todos los hombres de todas las épocas de la historia estaban en Adán, se les ha transmitido una naturaleza corrompida por el pecado de Adán, siendo Jesucristo la única excepción. Por lo tanto todos los hombres son pecadores por naturaleza, por decisión personal y por declaración divina (Salmo 14:1-3; Jeremías 17:9; Romanos 3:9- 18, 23; 5:10-12).
Enseñamos que la salvación es totalmente de Dios, por gracia, basada en la redención de Jesucristo, el mérito de Su sangre derramada, y que no está basada en méritos humanos u obras (Juan 1:12; Efesios 1:7; 2:8-10; 1 Pedro 1:18, 19).
Elección
Enseñamos que la elección es el acto de Dios mediante el cual, antes de la fundación del mundo, Él escogió en Cristo a aquéllos a quienes Él en Su gracia regenera, salva, y santifica (Romanos 8:28-30; Efesios 1:4-11; 2 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 2:10;
1 Pedro 1:1-2).
Enseñamos que la elección soberana no contradice o niega la responsabilidad del hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ezequiel 18:23, 32; 33:11; Juan 3:18-19, 36; 5:40; Romanos 9:22-23; 2 Tesalonicenses 2:10-12; Apocalipsis 22:17). No obstante, debido a que la gracia soberana incluye tanto el medio para recibir la dádiva de salvación como también la dádiva misma, la elección soberana resultará en lo que Dios determina. Todos aquéllos a quienes el Padre llama a Sí Mismo vendrán en fe y todos los que vienen en fe, el Padre los recibirá (Juan 6:37-40, 44; Hechos 13:48; Santiago 4:8).
Enseñamos que el favor inmerecido de Dios que otorga a pecadores totalmente depravados no está relacionado ni a alguna iniciativa de su parte, ni a que Dios sepa lo que puedan hacer de su propia voluntad, sino que es absolutamente a partir de Su gracia soberana y misericordia, sin relación alguna a cualquier otra cosa fuera de Él (Efesios 1:4-7; Tito 3:4-7; 1ª Pedro 1:2). Enseñamos que la elección no debe ser vista como si estuviera basada meramente en la soberanía abstracta. Dios es verdaderamente soberano pero Él ejercita esta soberanía en armonía con Sus otros atributos, especialmente Su omnisciencia, justicia, santidad, sabiduría, gracia y amor (Romanos 9:11-16). Esta soberanía siempre exaltará la voluntad de Dios de una manera que es totalmente consistente con Su persona como se revela en la vida de nuestro Señor Jesucristo (Mateo 11:25-28; 2ª Timoteo 1:9).
Regeneración
Enseñamos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante la cual la naturaleza divina y la vida divina son dadas (Juan 3:3-7; Tito 3:5). Es instantánea y es llevada a cabo únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios (Juan 5:24), cuando el pecador en arrepentimiento, al ser capacitado por el Espíritu Santo, responde en fe a la provisión divina de la salvación.
La regeneración genuina es manifestada en frutos dignos de arrepentimiento que se demuestran en actitudes y conducta justas. Las buenas obras serán su evidencia apropiada y fruto (1 Corintios 6:19, 20; Efesios 2:10), y serán experimentadas hasta el punto en el que el creyente se someta al control del Espíritu Santo en su vida a través de la obediencia fiel a la Palabra de Dios (Efesios 5:17-21; Filipenses 2:12b; Colosenses 3:16; 2 Pedro 1:4-10).
Esta obediencia hace que el creyente sea conformado más y más a la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 3:18). Tal conformidad llega a su clímax en la glorificación del creyente en la venida de Cristo (Romanos 8:17; 2 Pedro 1:4; 1a Juan 3:2-3).
Justificación
Enseñamos que la justificación delante de Dios es un acto de Dios (Romanos 8:33) por medio del cual Él declara justos a aquéllos a quienes, a través de la fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados (Lucas 13:3; Hechos 2:38; 3:19; 11:18; Romanos 2:4;
2 Corintios 7:10; Isaías 55:6, 7) y lo confiesan como Señor soberano (Romanos 10:9, 10; 1 Corintios 12:3; 2 Corintios 4:5; Filipenses 2:11). Esta justicia es independiente de cualquier virtud u obra del hombre (Romanos 3:20; 4:6) e involucra la imputación de nuestros pecados a Cristo (Colosenses 2:14; 1 Pedro 2:24) y la imputación de la justicia de Cristo a nosotros (1 Corintios 1:30; 2a Corintios 5:21). Por medio de esto Dios puede ser “el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).
Santificación
Enseñamos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios por la justificación y por lo tanto declarado santo y por lo tanto identificado como un santo. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del creyente, no con su vida práctica actual o condición (Hechos 20:32; 1 Corintios 1:2, 30; 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 Pedro 1:2).
Enseñamos que por la obra del Espíritu Santo también hay una santificación progresiva mediante la cual el estado del creyente es traído a un punto más cercano a la posición que disfruta por medio de la justificación. A través de la obediencia a la Palabra de Dios y la capacidad dada por el Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de mayor santidad en conformidad a la voluntad de Dios, volviéndose más y más como nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos 6:1-22; 2 Corintios 3:18;
1 Tesalonicenses 4:3, 4; 5:23).
Con respecto a esto, enseñamos que toda persona salva está involucrada en un conflicto diario—la nueva naturaleza en Cristo batallando en contra de la carne—pero hay provisión adecuada para la victoria por medio del poder del Espíritu Santo Quien mora en el creyente. No obstante la batalla permanece en el creyente a lo largo de esta vida terrenal y nunca es terminada en su totalidad. Toda afirmación de que un creyente puede erradicar el pecado en esta vida, no es bíblica. La erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo provee lo necesario para la victoria sobre el pecado (Gálatas 5:16-25; Efesios 4:22-24; Filipenses 3:12; Colosenses 3:9, 10; 1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 3:5-9).
Seguridad
Enseñamos que todos los redimidos, una vez que han sido salvos, son guardados por el poder de Dios y de esta manera están seguros en Cristo para siempre (Juan 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Romanos 5:9, 10; 8:1, 31-39; 1 Corintios 1:4-8; Efesios 4:30; Hebreos 7:25; 13:5; 1 Pedro 1:5; Judas 24).
Enseñamos que el privilegio de los creyentes es regocijarse en la certidumbre de su salvación por medio del testimonio de la Palabra de Dios, el cual, no obstante, claramente nos prohíbe el uso de la libertad cristiana como una ocasión para vivir en pecado y carnalidad (Romanos 6:15-22; Gálatas 5:13, 25, 26; Tito 2:11-14).
Separación
Enseñamos que a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento claramente se llama a la separación del pecado, y que las Escrituras claramente indican que en los últimos días la apostasía y la mundanalidad se incrementarán (2 Corintios 6:14-7:1; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Timoteo 4:1-3).
Enseñamos que a partir de una profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios que nos ha sido otorgada y debido a que nuestro Dios glorioso es tan digno de nuestra consagración total, todos los salvos deben de vivir de tal manera que demostremos nuestro amor reverente a Dios y de esta manera no traer deshonra a nuestro Señor y Salvador. También enseñamos que Dios nos manda a que nos separemos de toda apostasía religiosa y prácticas mundanas y pecaminosas (Romanos 12:1-2; 1 Corintios 5:9-13; 2 Corintios 6:14- 7:1; 1 Juan 2:15-17).
Enseñamos que los creyentes deben estar separados para nuestro Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 1:11, 12; Hebreos 12:1-2) y afirmar que la vida cristiana es una vida de justicia obediente que refleja la enseñanza de las Bienaventuranzas (Mateo 5:2-12) y una búsqueda continua de santidad (Romanos 12:1-2; 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:14; Tito 2:11- 14; 1 Juan 3:1-10).
Enseñamos que todos los que confían en Jesucristo son inmediatamente colocados por el Espíritu Santo en un Cuerpo espiritual unido, la iglesia (1ª Corintios 12:12, 13), la novia de Cristo (2ª Corintios 11:2; Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-8), de la cual Cristo es la cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18).
Enseñamos que la formación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, comenzó en el Día de Pentecostés (Hechos 2:1-21, 38-47) y será completada cuando Cristo venga por los Suyos en el rapto (1 Corintios 15:51, 52; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
Enseñamos que la iglesia es un organismo vivo y espiritual único diseñado por Cristo, constituido por todos los creyentes que han nacido de nuevo en la época actual (Efesios 2:11- 3:6). La iglesia es distinta a Israel (1 Corintios 10:32), un misterio no revelado sino hasta esta época (Efesios 3:1-6; 5:32).
Enseñamos que el establecimiento y continuidad de iglesias locales es enseñado y definido claramente en las Escrituras del Nuevo Testamento (Hechos 14:23, 27; 20:17, 28; Gálatas 1:2; Filipenses 1:1; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1) y que los miembros del único cuerpo espiritual son dirigidos para asociarse juntos en asambleas locales (1 Corintios 11:18-20; Hebreos 10:25).
Enseñamos que la autoridad suprema de la iglesia es Cristo (1 Corintios 11:3; Efesios 1:22; Colosenses 1:18) y que el liderazgo, dones, orden, disciplina y adoración son determinados por medio de Su soberanía como se encuentra en las Escrituras. Las personas bíblicamente designadas sirviendo bajo Cristo y sobre la asamblea son los ancianos (también llamados obispos, pastores y pastores-maestros; Hechos 20:28; Efesios 4:11) y diáconos. Tanto ancianos como diáconos deben de cumplir con los requisitos bíblicos (1 Timoteo 3:1- 13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-5).
Enseñamos que estos líderes guían o gobiernan como siervos de Cristo (1 Timoteo 5:17- 22) y tienen Su autoridad al dirigir la iglesia. La congregación debe someterse a su liderazgo (Hebreos 13:7, 17).
Enseñamos la importancia del discipulado (Mateo 28:19, 20; 2ª Timoteo 2:2), responsabilidad mutua de todos los creyentes los unos a los otros (Mateo 18:5-14), como también la necesidad de disciplina de miembros de la congregación que están en pecado de acuerdo con los estándares de la Escritura (Mateo 18:15-22; Hechos 5:11; 1 Corintios 5:1-13; 2 Tesalonicenses 3:6-15; 1 Timoteo 1:19-20; Tito 1:10-16).
Enseñamos la autonomía de la iglesia local la cual es libre de cualquier autoridad externa o control, con el derecho de gobernarse a sí misma y con libertad de interferencias de cualquier jerarquía de individuos u organizaciones (Tito 1:5). Enseñamos que es escritural que las iglesias verdaderas cooperen entre ellas para la presentación y propagación de la fe. No obstante, cada iglesia local, a través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de la Escritura, debe ser el único juez de la medida y método de su cooperación. Los ancianos deben determinar todos los demás asuntos de membresía, políticas, disciplina, benevolencia, como también gobierno (Hechos 15:19-31; 20-28; 1 Corintios 5:4-7; 13:1; 1 Pedro 5:1-4).
Enseñamos que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios (Efesios 3:21) al edificarse a sí misma en la fe (Efesios 4:13-16), al ser instruida en la Palabra (2 Timoteo 2:2, 15; 3:16- 17), al tener comunión (Hechos 2:47; 1a Juan 1:3), al guardar las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42) y al entender y comunicar el evangelio al mundo entero (Mateo 28:19; Hechos 1:8; 2:42).
Enseñamos el llamado de todos los santos a la obra del servicio (1ª Corintios 15:58; Efesios 4:12; Apocalipsis 22:12).
Enseñamos la necesidad de que la iglesia coopere con Dios conforme Él lleva a cabo Sus propósitos en el mundo. Para ese fin, Él da a la iglesia dones espirituales. En primer lugar, Él da hombres escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Efesios 4:7-12), y Él también da capacidades únicas y especiales a cada miembro del Cuerpo de Cristo (Romanos 12:5-8; 1 Corintios 12:4-31; 1 Pedro 4:10-11).
Enseñamos que hubo dos clases de dones dadas en la iglesia primitiva: dones milagrosos de revelación divina y sanidad, dados temporalmente en la era apostólica con el propósito de confirmar la autenticidad del mensaje de los apóstoles (Hebreos 2:3-4;
2 Corintios 12:12); y dones de ministerio, dados para equipar a los creyentes para edificarse los unos a los otros. Con la revelación del Nuevo Testamento ya terminada, la Escritura se vuelve la única prueba de autenticidad del mensaje de un hombre, y los dones de confirmación de una naturaleza milagrosa ya no son necesarios para certificar a un hombre o a su mensaje (1 Corintios 13:8- 12). Los dones milagrosos pueden llegar a ser falsificados por Satanás al punto de engañar aún a creyentes (1 Corintios 13:13, 14:12; Apocalipsis 13:13, 14). Los únicos dones en operación en el día de hoy son aquellos dones no revelatorios para equipar y edificar (Romanos 12:6-8).
Enseñamos que nadie posee el don de sanidad en el día de hoy pero que Dios oye y responde a la oración de fe y responderá de acuerdo a Su propia voluntad perfecta por los enfermos, los que están sufriendo, y que están afligidos (Lucas 18:1-6; Juan 5:7-9; 2 Corintios 12:6-10; Santiago 5:13-16; 1 Juan 5:14-15). Enseñamos que a la iglesia local se le han dado dos ordenanzas: el bautismo y la Cena del Señor (Hechos 2:38-42). El bautismo cristiano por inmersión (Hechos 8:36-39) es el testimonio solemne y hermoso de un creyente mostrando su fe en el Salvador crucificado, sepultado, y resucitado, y su unión con Él en su muerte al pecado y resurrección a una nueva vida (Romanos 6:1-11). También es una señal de comunión e identificación con el cuerpo visible de Cristo (Hechos 2:41, 42).
Enseñamos que la Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de Su muerte hasta que Él venga, y siempre debe ser precedida por una solemne evaluación personal (1 Corintios 11:28-32). También enseñamos que mientras que los elementos de la Comunión únicamente representan la carne y la sangre de Cristo, la Cena del Señor es de hecho una comunión con el Cristo resucitado Quien está presente de una manera única, teniendo comunión con Su pueblo (1 Corintios 10:16).
Ángeles santos
Enseñamos que los ángeles son seres creados y por lo tanto no deben ser adorados.
Aunque son un orden más alto de creación que el hombre, han sido creados para servir a Dios y para adorarlo (Lucas 2:9-14; Hebreos 1:6, 7, 14; 2:6, 7; Apocalipsis 5:11-14; 19:10; 22:9).
Ángeles caídos
Enseñamos que Satanás es un ángel creado y el autor del pecado. Él incurrió en el juicio de Dios al rebelarse en contra de su Creador (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19), al llevar a varios ángeles con él en su caída (Mateo 25:41; Apocalipsis 12:1-14), y al introducir el pecado a la raza humana por su tentación de Eva (Génesis 3:1-15).
Enseñamos que Satanás es el enemigo abierto y declarado de Dios y el hombre (Isaías 14:13-14; Mateo 4:1-11; Apocalipsis 12:9-10), el príncipe de este mundo, quien ha sido derrotado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo (Romanos 16:20); y que será eternamente castigado en el lago de fuego (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19; Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10).
Muerte
Enseñamos que la muerte física no involucra la pérdida de nuestra consciencia inmaterial (Apocalipsis 6:9-11), que el alma de los redimidos pasa inmediatamente a la presencia de Cristo (Lucas 23:43; Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:8), que hay una separación entre el alma y el cuerpo (Filipenses 1:21-24), y que, para los redimidos, tal separación continuará hasta el rapto (1 Tesalonicenses 4:13-17), el cual inicia la primera resurrección (Apocalipsis 20:4-6), cuando nuestra alma y cuerpo se volverán a unir y serán glorificados para siempre con nuestro Señor (Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:35-44, 50-54). Hasta ese momento, las almas de los redimidos en Cristo permanecerán en comunión gozosa con nuestro Señor Jesucristo (2ª Corintios 5:8).
Enseñamos la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos a vida eterna (Juan 6:39; Romanos 8:10-11, 19-23; 2 Corintios 4:14), y los inconversos a juicio y castigo eterno (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apocalipsis 20:13-15).
Enseñamos que las almas de los que no son salvos en la muerte son guardadas bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lucas 16:19-26; Apocalipsis 20:13-15), cuando el alma y el cuerpo de resurrección serán unidos (Juan 5:28-29). Entonces ellos aparecerán en el juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15) y serán arrojados al infierno, el fuego eterno (Mateo 25:41-46), separados de la vida de Dios para siempre (Daniel 12:2; Mateo 25:41-46; 2 Tesalonicenses 1:7-9).
El rapto de la Iglesia
Enseñamos el regreso personal, corporal de nuestro Señor Jesucristo antes de la tribulación de siete años (1 Tesalonicenses 4:16; Tito 2:13) para sacar a Su iglesia de esta tierra (Juan 14:1-3; 1ª Corintios 15:51-53; 1 Tesalonicenses 4:15-5:11) y, entre este acontecimiento y Su regreso glorioso con Sus santos, para recompensar a los creyentes de acuerdo a sus obras (1 Corintios 3:11-15; 2 Corintios 5:10).
El periodo de tribulación
Enseñamos que inmediatamente después de sacar a la iglesia de la tierra (Juan 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:13-18) los justos juicios de Dios serán derramados sobre un mundo incrédulo (Jeremías 30:7; Daniel 9:27; 12:1; 2 Tesalonicenses 2:7-12; Apocalipsis 16), y que estos juicios llegarán a su clímax para el tiempo del regreso de Cristo en gloria a la tierra (Mateo 24:27-31; 25:31-46;
2 Tesalonicenses 2:7-12). En ese momento los santos del Antiguo Testamento y de la tribulación serán resucitados y los vivos serán juzgados (Daniel 12:2-3; Apocalipsis 20:4-6). Este periodo incluye la 70a semana de la profecía de Daniel (Daniel 9:24-27; Mateo 24:15-31; 25:31-46).
La Segunda Venida y el Reino Milenial
Enseñamos que después del periodo de tribulación, Cristo vendrá a la tierra a ocupar el trono de David (Mateo 25:31; Lucas 1:31-33; Hechos 1:10-11; 2:29-30) y establecerá Su reino mesiánico por mil años sobre la tierra (Apocalipsis 20:1-7). Durante este tiempo los santos resucitados reinarán con Él sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Ezequiel 37:21-28; Daniel 7:17-22; Apocalipsis 19:11-16). Este reinado será precedido por el derrocamiento del Anticristo y el Falso Profeta, y deposición de Satanás del mundo (Daniel 7:17-27; Apocalipsis 20:1-7). Enseñamos que el reino mismo va a ser el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Isaías 65:17-25; Ezequiel 37: 21-28; Zacarías 8:1-17) de restaurarlos a la tierra que ellos perdieron por su desobediencia (Deuteronomio 28:15-68). El resultado de su desobediencia fue que Israel fue temporalmente hecho a un lado (Mateo 21:43; Romanos 11:1-26) pero volverá a ser despertado a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jeremías 31:31-34; Ezequiel 36:22-32; Romanos 11:25-29).
Enseñamos que este tiempo del reinado de nuestro Señor será caracterizado por armonía, justicia, paz, rectitud y larga vida (Isaías 11; 65:17-25; Ezequiel 36:33-38), y será llevado a un fin con la libertad de Satanás (Apocalipsis 20:7).
El juicio de los perdidos
Enseñamos que luego que Satanás sea soltado, después del reinado de Cristo por mil años (Apocalipsis 20:7), Satanás engañará a las naciones de la tierra y las reunirá para combatir a los santos y a la ciudad amada, y en ese momento Satanás y su armada serán devorados por fuego del cielo (Apocalipsis 20:9). Después de esto, Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10) y entonces Cristo, Quién es el Juez de todos los hombres (Juan 5:22), resucitará y juzgará a los grandes y pequeños en el Juicio del Gran Trono Blanco.
Enseñamos que esta resurrección de los muertos no salvos a juicio será una resurrección física, y después de recibir su juicio (Romanos 14:10-13), serán entregados a un castigo eterno consciente en el lago de fuego (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:11-15).
Eternidad
Enseñamos que después de la conclusión del milenio, la libertad temporal de Satanás, y el juicio de los incrédulos
(2 Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:7-15), los salvos entrarán al estado eterno de gloria con Dios, después del cual los elementos de esta tierra se disolverán (2 Pedro 3:10) y serán reemplazados con una tierra nueva en donde sólo mora la justicia (Efesios 5:5; Apocalipsis 20:15; 21, 22). Después de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Apocalipsis 21:2) y será el lugar en el que moren los santos, en donde disfrutarán de la comunión con Dios y de la comunión mutua para siempre (Juan 17:3; Apocalipsis 21, 22). Nuestro Señor Jesucristo, habiendo cumplido Su misión redentora, entonces entregará el reino a Dios el Padre (1 Corintios 15:24-28) para que en todas las esferas el Dios trino reine para siempre (1 Corintios 15:28).
Confesión de fe basada en la confesión de fe de la IGLESIA GRACE COMMUNITY CHURCH ®, 2021
Distintivos
Desde un punto de vista bíblico, el centro de atención del liderazgo de toda iglesia es el anciano. Un anciano es parte de la pluralidad de hombres bíblicamente calificados que pastorea y supervisa en conjunto la iglesia local. La palabra traducida “anciano” se usa cerca de veinte veces en Hechos y las epístolas en referencia a este grupo único de líderes que tienen la responsabilidad de supervisar al pueblo de Dios.
La Posición de Anciano
Numerosos pasajes en el Nuevo Testamento indican las palabras anciano (presbuteros), obispo (episkopos) y pastor (poimen) hacen referencia a la misma responsabilidad. En otras palabras, los obispos y pastores no son distintos de los ancianos; simplemente los términos son diferentes maneras de identificar a la misma gente.
Las calificaciones para un obispo (episkopos) que se encuentran en 1 Timoteo 3:1- 7, y las de un anciano (presbuteros) en Tito 1:6-9 son inconfundiblemente paralelas. De hecho, en Tito 1, Pablo usa ambos términos para referirse al mismo hombre (presbuteros en el v. 5 y episkopos en el v. 7). Estos términos se usan de manera intercambiable en Hechos 20. En el versículo 17, Pablo reúne a los ancianos (presbuteros) de la iglesia de Efeso para darles un mensaje de despedida. En el versículo 28 dice: “mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (episkopos), para apacentar (poimaino) la iglesia del Señor”. 1 de Pedro 5:1-2 también usa los tres términos en el mismo contexto. Pedro escribe: “Ruego a los ancianos (presbuteros) que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad (poimaino) la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando (episkopeo) de ella, no por fuerza, sino voluntariamente”. Los diferentes términos, entonces, indican varias características en el ministerio, sin variar los niveles de autoridad o separar las responsabilidades, como algunas iglesias proponen.
Una Pluralidad de Ancianos
El patrón constante que se observa a través del Nuevo Testamento es que cada congregación local de creyentes estaba pastoreada por una pluralidad de ancianos establecidos por Dios. Es decir, este es el único modelo para el liderazgo de la iglesia dado en el Nuevo Testamento. En ningún lugar de las Escrituras se encuentra una asamblea local regida por la opinión de la mayoría ó un solo pastor.
El Apóstol Pablo dejó a Tito en Creta y le dio instrucciones de “establecer ancianos en cada ciudad” (Tito 1:5). Santiago dió instrucciones a sus lectores de “llamar a los ancianos de la iglesia” para orar por aquellos que estuvieran enfermos (Santiago 5:14). Cuando Pablo y Bernabé estaban en Derbe, Listra, Iconio y Antioquía, “constituyeron ancianos en cada iglesia” (Hechos 14:23). En la primera epístola de Pablo a Timoteo, el apóstol hace referencia a “los ancianos que gobiernan bien” en la iglesia en Efeso
(1 Timoteo 5:17; ver también Hechos 20:17, donde Pablo se dirige a “los ancianos de la iglesia” en Efeso). El libro de los Hechos indica que había “ancianos” en la iglesia de Jerusalén (Hechos 11:30; 15:2, 4; 21:18).
Una y otra vez, se hace referencia a una pluralidad de ancianos en cada una de las iglesias. De hecho, en cada lugar del Nuevo Testamento donde se usa el término presbuteros (“anciano”) se hace en plural, excepto donde el apóstol Juan lo usa en referencia a sí mismo en 2 y 3 de Juan y donde Pedro lo usa en referencia a si mismo en 1 Pedro 5:1. En ningún lugar del Nuevo Testamento hay una referencia a una congregación dirigida por un solo pastor. Puede ser que cada anciano en la ciudad tuviera un grupo específico al que supervisaba de una manera especial, pero la iglesia era vista como una, y las decisiones se tomaban a través de un proceso colectivo y en referencia al grupo, y no a las partes individuales.
El patrón constante que se observa a través del Nuevo Testamento es que cada congregación local de creyentes estaba pastoreada por una pluralidad de ancianos.
En otros pasajes, se hace referencia a una pluralidad de ancianos, incluso cuando la palabra presbuteros no se usa. En la salutación de la epistola a los Filipenses, Pablo se refiere a los “obispos (plural de episkopos) y diáconos” en la iglesia de Filipos (Filipenses 1:2). En Hechos 20:28, Pablo advirtió a los ancianos de la iglesia de Efeso, “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (plural de episkopos)”. El escritor de Hebreos llamó a sus lectores a obedecer y someterse a los “líderes” que tienen cuidado de sus almas (Hebreos 13:17). Pablo exhorta a sus lectores en Tesalónica a “reconocer a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan” (1 Tesalonicenses 5:12); una referencia clara a los obispos en la asamblea de Tesalónica.
Se puede decir mucho de los beneficios de un liderazgo compuesto por una pluralidad de hombres piadosos. Su consejo y sabiduría en conjunto ayudan a asegurar que las decisiones no son la voluntad ó están al servicio de un sólo individuo (cf. Proverbios 11:14). Sí hay división entre los ancianos a la hora de tomar decisiones, todos los ancianos deberían estudiar, orar y buscar la voluntad de Dios conjuntamente hasta que se alcance el consenso. De esta forma, la unidad y armonía que el Señor desea para la iglesia comenzará con aquellos que ha escogido para pastorear Su rebaño.
Los Requisitos de los Ancianos
La identidad y eficacia de cualquier iglesia están directamente relacionadas a la calidad de su liderazgo. Esto es por lo que las Escrituras remarcan la importancia de un liderazgo de la iglesia calificado y marca estándares específicos para evaluar a aquellos que sirvan en esta posición. Los requisitos para los ancianos se encuentran en 1 Timoteo 3:2-7 y Tito 1:6-8. De acuerdo con estos pasajes, el anciano debe de ser irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, no un neófito, que tenga buen testimonio de los de afuera, dueño de si mismo, sensible, capaz de exhortar en sana doctrina y de rebatir a aquellos que la contradicen, irreprensible como administrador de Dios, que no sea iracundo, sobrio, amante de lo bueno, justo y santo.
El requisito global que es apoyado por el resto es que sea “irreprensible”. Es decir, debe de ser un líder que no pueda ser acusado de nada pecaminoso, ya que tiene una reputación sin mancha. El anciano debe ser irreprensible en su vida matrimonial, su vida social, su trabajo y su vida espiritual. De esta manera, tiene que ser un modelo de piedad, para que así pueda legítimamente llamar a la congregación a seguir su ejemplo (Filipenses 3:17). El resto de los requisitos, excepto tal vez la habilidad de enseñar y administrar, únicamente desarrollan esta idea.
Además, la posición de anciano está limitada a los hombres. 1 Timoteo 2:11-12 dice, “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.” En la iglesia, las mujeres deben estar bajo la autoridad de los ancianos, excluidas de enseñar a los hombres de tener posiciones de autoridad sobre ellos.
Las Funciones de los Ancianos
Cuando la época apostólica llego a su fin, la posición de anciano emergió como el máximo cargo dentro del liderazgo de la iglesia local, por lo que llevaba una gran responsabilidad. No había un tribunal de apelación superior, ni mejor recurso para conocer la mente y el corazón de Dios con respecto a los asuntos de la iglesia.
La responsabilidad principal de un anciano es la de servir en la administración y el cuidado de la iglesia (1 Timoteo 3:5). Esto conlleva un gran número de obligaciones específicas. Como supervisores espirituales del rebaño, los ancianos tienen que determinar la política de la iglesia (Hechos 15:22); supervisar la iglesia (Hechos 20:28); ordenar a otros (1ª Timoteo 4:14); gobernar, enseñar y predicar (1 Timoteo 5:17; cf. 1 Tesalonicenses 5:12; 1 Timoteo 3:2); exhortar y refutar (Tito 1:9); y actuar como pastores, siendo un ejemplo para todos (1 Pedro 5:1-3). Estas responsabilidades ponen a los ancianos en el corazón del trabajo de la iglesia del Nuevo Testamento.
Debido a la herencia de tradiciones y su larga historia de gobierno congregacional en la iglesia, los evangélicos latinoamericanos modernos a menudo ven el concepto del gobierno de ancianos con sospecha. Sin embargo, la enseñanza clara de la Biblia demuestra que la norma bíblica para el liderazgo de la iglesia es una pluralidad de líderes ordenados por Dios, y solamente siguiendo este patrón bíblico la iglesia maximizará su fruto para la gloria de Dios.
El Don de Lenguas era una capacidad sobrenatural divinamente otorgada para hablar en un idioma humano que no había sido aprendido por el que lo hablaba. De acuerdo al Apóstol Pablo, cuando los creyentes ejercían el don de lenguas en la iglesia, tenían que hablar uno a la vez, y sólo dos o tres tenían que hablar en un servicio dado (1 Corintios 14:27). Además, cuando las lenguas eran habladas en la iglesia, tenían que ser interpretadas por alguien con el don de interpretación para que los otros pudieran ser edificados por el mensaje dado por Dios (1 Corintios 14:5, 13, 27). De esta manera, las lenguas no servían como un idioma privado de oración, sino que más bien— al igual que todos los dones espirituales—como un medio mediante el cual uno podía servir y edificar al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:7; 1 Pedro 4:10).
Las Lenguas “Cesarán”
En 1 de Corintios 13:8 Pablo hizo una afirmación interesante, casi sorprendente: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.” En la expresión “el amor nunca deja de ser,” la palabra griega traducida “deja de ser” quiere decir “podrirse” o “ser abolido.” Pablo no estaba diciendo que el amor es invencible o que no puede ser rechazado. Él estaba diciendo que el amor es eterno—que será aplicable para siempre y nunca será obsoleto. No obstante, las lenguas “cesarán.” El verbo griego usado en 1 de Corintios 13:8 quiere decir “cesar permanentemente,” e implica que cuando las lenguas cesaron, nunca volverían a comenzar.
Aquí está la pregunta que este pasaje presenta para el movimiento Carismático contemporáneo: si las lenguas iban a cesar, ¿ya ha sucedido eso, ó es aún futuro? Los creyentes Carismáticos insisten en que ninguno de los dones ha cesado aún, y por lo tanto el cese de las lenguas es aún futuro. La mayoría de los no carismáticos insisten en que las lenguas ya han cesado, habiendo terminado con la época apostólica. ¿Quién está bien? Debe notarse que 1 de Corintios 13:8 por si mismo no dice cuándo iban a cesar las lenguas. Aunque 1 de Corintios 13:9, 10 enseña que la profecía y el conocimiento cesarán cuando lo “perfecto” (esto es, el estado eterno) viene, el lenguaje del pasaje—particularmente la voz media del verbo griego traducido “cesará”—coloca a las lenguas en una categoría independiente de estos dones.
Pablo escribe que mientras que la profecía y el conocimiento se “acabarán” (voz pasiva) por “lo perfecto,” el don de lenguas “cesará” en y por sí mismo (voz media) previo al tiempo de que “lo perfecto” llegue. ¿Cuándo se llevó a cabo este cese de lenguas? La evidencia de la Escritura y la historia indican que las lenguas cesaron en la época apostólica.
Evidencia de la Escritura
En primer lugar, ¿Qué evidencia bíblica o teológica hay de que las lenguas han cesado? En primer lugar, el don de lenguas era un don milagroso, de revelación, y la época de los milagros y la revelación terminó con los apóstoles. Los últimos milagros registrados en el Nuevo Testamento ocurrieron alrededor del 58 D.C., con las sanidades en la isla de Malta (Hechos 28:7-10). Del 58 al 96 d. de C., cuando Juan terminó el libro de Apocalipsis, ningún milagro se registra. Los dones milagrosos como las lenguas y la sanidad son mencionados únicamente en 1 de Corintios, una de las primeras epístolas escritas. Dos epístolas que se escribieron más tarde, Efesios y Romanos, discuten los dones del Espíritu a detalle— pero no se hace mención alguna de los dones milagrosos. Para ese entonces los milagros ya se veían como algo en el pasado (Hechos 2:3-4). La autoridad apostólica y el mensaje apostólico ya no necesitaban más confirmación.
Las lenguas aparecieron sólo brevemente en Hechos y 1 de Corintios conforme el nuevo mensaje del evangelio estaba siendo esparcido.… Los libros que se escribieron más tarde en el Nuevo Testamento no vuelven a mencionar las lenguas, y tampoco nadie lo hizo en la época postapostólica.
Antes de que el primer siglo terminara, el Nuevo Testamento había sido escrito en su totalidad y estaba circulando por las iglesias. Los dones de revelación habían dejado de servir propósito alguno. Y cuando la época apostólica terminó con la muerte del Apóstol Juan, las señales que identificaban a los apóstoles ya habían pasado a la historia (cf. 2 Corintios 12:12).
En segundo lugar, las lenguas tenían la intención de ser una señal para la Israel incrédula (1 Corintios 14:21-22; cf. Isaías 28:11-12).
Significaban que Dios había iniciado una nueva obra que incluía a los gentiles. El Señor ahora hablaría a todas las naciones en todo idioma. Las barreras habían sido derribadas. Y entonces el don de lenguas simbolizaba no sólo la maldición de Dios sobre una nación desobediente, sino también la bendición de Dios sobre el mundo entero.
Las lenguas eran por lo tanto una señal de transición entre el Antiguo y el Nuevo Pacto. Con el establecimiento de la iglesia, un nuevo día había llegado para el pueblo de Dios. Dios hablaría en todo idioma. Pero una vez que el periodo de transición había quedado en el pasado, la señal ya no era necesaria.
En tercer lugar, el don de lenguas era inferior a otros dones. Fue primordialmente dado como una señal (1 Corintios 14:22) y también era fácilmente usado de manera errónea para edificar a la persona misma (1 Corintios 14:4). La iglesia se reúne para la edificación del cuerpo, no para la gratificación personal ó búsqueda de experiencias personales. Por lo tanto, las lenguas tenían uso limitado en la iglesia, y nunca tuvo la intención de ser un don permanente.
Evidencia de la Historia
La evidencia de la historia también indica que las lenguas han cesado. Es significativo que las lenguas sólo son mencionadas en los primeros libros del Nuevo Testamento que fueron escritos. Pablo escribió por lo menos doce epístolas después de 1 de Corintios y nunca volvió a mencionar las lenguas. Pedro nunca mencionó las lenguas; Santiago nunca mencionó las lenguas; Juan nunca mencionó las lenguas; ni Judas las mencionó. Las lenguas aparecieron sólo brevemente en Hechos y 1ª de Corintios conforme el nuevo mensaje del evangelio estaba siendo esparcido. Pero una vez que la iglesia fue establecida, las lenguas ya no existían. Dejaron de existir. Los libros que se escribieron más tarde en el Nuevo Testamento no vuelven a mencionar las lenguas, y tampoco nadie lo hizo en la época post apostólica.
Crisóstomo y Agustín—los más grandes teólogos de las iglesias oriental y occidental— consideraron que las lenguas eran obsoletas.
Escribiendo en el siglo cuarto, Crisóstomo afirmó categóricamente que las lenguas habían cesado para ese entonces y describió el don como una práctica oscura.
Agustín se refirió a las lenguas como a una señal que fue adaptada a la época apostólica. De hecho, durante los primeros quinientos años de la iglesia, las únicas personas que dijeron haber hablado en lenguas eran seguidores de Montano, quien era considerado un hereje. La siguiente ocasión en la que algún movimiento significativo de hablar en lenguas se originó dentro del Cristianismo, fue a finales del siglo diecisiete. Un grupo de Protestantes militantes en la región Cevennes del sur de Francia comenzó a profetizar, experimentar visiones, y hablar en lenguas. El grupo, algunas veces llamado los profetas de Cevennol, es recordado por sus actividades políticas y militares, no su legado espiritual. La mayoría de sus profecías no fueron cumplidas.
Este grupo era violentamente anti-católico romano, y promovió el uso de la fuerza armada en contra de la Iglesia Católica Romana. Muchos de ellos fueron entonces perseguidos y matados por Roma. Al otro extremo del espectro, los Jansenistas, un grupo de personas que era leal al catolicismo romano y que se opuso a la enseñanza de los reformadores de la justificación por la fe, también dijo ser capaz de hablar en lenguas en los 1700s.
Otro grupo que practicó una forma de lenguas fue los Shakers (sacudidores), una secta norteamericana con raíces quáqueras que floreció a mediados de los años 1700s. La Madre Ann Lee, fundadora de la secta, se consideraba a sí misma el equivalente femenino de Jesucristo. Ella decía poder hablar en setenta y dos idiomas. Los Shakers creían que las relaciones sexuales eran pecaminosas, aún dentro del matrimonio. Hablaban en lenguas mientras que bailaban y cantaban en un estado semejante al de un trance. Después, a principios del siglo diecinueve, el pastor escocés presbiteriano Edward Irving junto con miembros de su congregación practicaron el hablar en lenguas y profetizar.
Los profetas Irvingitas frecuentemente se contradecían unos a otros, sus profecías no se cumplían, y sus reuniones se caracterizaban por desenfreno. El movimiento fue desacreditado aún más cuando algunos de sus profetas admitieron falsificar profecías y otros aún atribuyeron su “don” a espíritus malignos.
Este grupo eventualmente se volvió la Iglesia Católica Apostólica, la cual enseñaba muchas doctrinas falsas, adoptando varias doctrinas católico romanas y creando doce oficios apostólicos.
Todas estas supuestas manifestaciones de lenguas fueron identificadas con grupos que eran herejes, fanáticos, o no ortodoxos. El juicio de creyentes bíblicamente ortodoxos que fueron sus contemporáneos fue que todos esos grupos eran aberraciones. Claro que eso también debería de ser el juicio de cualquier cristiano que se preocupa por la verdad. De esta manera, concluimos que desde el final de la época apostólica hasta el principio del siglo veinte no hubieron ocurrencias genuinas del don de lenguas del Nuevo Testamento. Habían cesado, como el Espíritu Santo dijo que sucedería (1 Corintios 13:8).
Aun en la insistencia del movimiento Carismático de que el don de lenguas debe ser una practica dentro la la iglesia hoy en día, la evidencia bíblica e histórica es que el don de lenguas ha cesado y no es para el día de hoy.
Aunque tradicionalmente las mujeres han cumplido papeles de apoyo al servir a la iglesia y encontrado su gozo más grande y sentido de logro al ser esposas y madres, el movimiento feminista ha influenciado con éxito a muchas mujeres para que abandonen estos papeles.
Desafortunadamente, este movimiento se ha infiltrado aún en la iglesia, creando caos y confusión con respecto al papel de las mujeres tanto en el ministerio como en el hogar. Sólo en la Escritura puede encontrarse el diseño de Dios establecido para las mujeres.
El Antiguo Testamento y las Mujeres
En la descripción de la creación de Génesis 1, la primera palabra de Dios acerca del tema de los hombres y las mujeres es que fueron igualmente creados a imagen de Dios (v. 27).
Ninguno de los dos recibió más de la imagen de Dios que el otro. Entonces la Biblia comienza con la igualdad de los sexos. Como personas, como seres espirituales delante de Dios, los hombres y las mujeres son absolutamente iguales.
A pesar de esta igualdad, en Génesis 2 hay una descripción más detallada de la creación de los dos seres humanos que revela diferencias en sus funciones y responsabilidades dadas por Dios. Dios no creó al hombre y a al mujer al mismo tiempo, sino que más bien creó a Adán primero y más tarde a Eva con el propósito específico de ser la ayudante de Adán. Eva era igual a Adán, pero a ella se le dio el papel y deber de someterse a él. Aunque la palabra “ayuda” lleva connotaciones muy positivas—siendo usada de Dios Mismo como la ayuda de Israel (Deuteronimio 33:7; Salmo 33:20)— aún describe a alguien en una relación de servicio a otro. La responsabilidad de las esposas de someterse a sus maridos, entonces, era parte del plan desde la creación, aún antes de la maldición. Los primeros libros de la Biblia establecen tanto la igualdad de los hombres y las mujeres como el papel de apoyo de la esposa (vea Éxodo 21:15, 17, 28-31; Números 5:19-20, 29; 6:2; 30:1- 16).
Debido a que Adán y Eva desobedecieron el mandato de Dios, hubieron ciertas consecuencias (Génesis 3:16-19). Para la mujer Dios pronunció una maldición que incluía dolor multiplicado en el parto y tensión en la relación de autoridad-sumisión de marido y mujer. Génesis 3:16 dice que el “deseo” de la mujer será para su marido pero él se “enseñoreará” de ella. En Génesis 4:7 el autor usa la misma palabra “deseo” para referirse a “control excesivo sobre.”
De esta manera, la maldición en Génesis 3:16 se refiere a un nuevo deseo por parte de la mujer de ejercer control sobre su marido—pero él de hecho opresivamente dominará y ejercerá autoridad sobre ella. El resultado de la caída en el matrimonio a lo largo de la historia ha sido una lucha continua entre los sexos—por un lado las mujeres buscan controlar y por otro lado, los hombres buscan dominar.
A lo largo del Antiguo Testamento, las mujeres estaban activas en la vida religiosa de Israel, pero generalmente no eran líderes. Mujeres como Débora (Jueces 4) fueron claramente la excepción y no la regla. No hubo mujer con un ministerio profético continuo. Ninguna mujer fue sacerdote. Ninguna reina jamás gobernó a Israel. Ninguna mujer escribió un libro del Antiguo Testamento (o del Nuevo Testamento).
Isaías 3:12 indica que Dios permitió que líderes débiles, fueran mujeres masculinas u hombres afeminados, gobernaran como parte de Su juicio sobre la nación pecadora.
Jesús y las Mujeres En medio de la cultura griega, romana, y judía veían a las mujeres casi al nivel de posesiones, Jesús mostró amor y respeto por las mujeres. Aunque los rabinos judíos no enseñaban a mujeres y el Talmud Judío decía que era mejor quemar el Torá que enseñárselo a una mujer, Jesús nunca tomó la posición de que las mujeres, por su naturaleza misma, no podía entender verdad espiritual o teológica.
…sin hacer uno inferior al otro, Dios llama tanto a los hombres como a las mujeres a cumplir los papeles y responsabilidades específicamente diseñados para ellos…
Él no sólo las incluyó en Sus audiencias sino que también usó ilustraciones e imágenes que les serían familiares (Mateo 13:33; 22:1-2; 24:41; Lucas 15:8-10) y específicamente aplicó Su enseñanza a ellas (Mateo 10:34 en adelante). A la mujer samaritana en el pozo (Juan 4), le reveló que Él era el Mesías y discutió con ella temas tales como la vida eterna y la naturaleza de la verdadera adoración. Él también le enseñó a María y, cuando fue amonestado por Marta, señaló la prioridad de aprender verdad espiritual aún sobre responsabilidades “femeninas” tales como servir a invitados en el hogar de uno (Lucas 10:38).
Aunque los hombres en el día de Jesús normalmente no le permitían a las mujeres contar cambio en sus manos por temor de contacto físico, Jesús tocó a mujeres para sanarlas y permitió a mujeres que lo tocaran a Él (Lucas 13:10 en adelante; Marcos 5:25 en adelante). Jesús llegó a permitirle a un pequeño grupo de mujeres que viajara con El y Sus discípulos (Lucas 8:1-3), un suceso sin precedentes en ese entonces. Después de Su resurrección, Jesús le apareció primero a María Magdalena y la envió a anunciar Su resurrección a los discípulos (Juan 20:1-18), a pesar del hecho de que a las mujeres no se les permitía ser testigos en las cortes Judías porque eran consideradas mentirosas.
En el trato de Jesús de las mujeres, El elevó su posición en la vida y les mostró compasión y respeto de una manera que ellas nunca habían conocido. Esto demostró su igualdad. No obstante, al mismo tiempo, Jesús no exaltó a las mujeres a un lugar de liderazgo por encima de los hombres.
Las Epístolas y las Mujeres
En las Epístolas, los mismos dos principios existen hombro a hombro—tanto igualdad como sumisión para las mujeres. Gálatas 3:28 apunta a la igualdad, indicando que el camino de la salvación es el mismo tanto para los hombres como para las mujeres y que ellas son miembros que están al mismo nivel que los hombres en el cuerpo de Cristo. No obstante, no borra toda diferencia en responsabilidades para los hombres y las mujeres, ya que este pasaje no cubre todo aspecto del diseño de Dios para el hombre y la mujer. Además, hay muchos otros pasajes que hacen distinciones entre lo que Dios desea de los hombres y lo que desea de las mujeres, especialmente dentro de la familia y dentro de la iglesia.
La Familia
Mientras que el matrimonio Cristiano debe incluir el amor mutuo y la sumisión entre dos creyentes (Efesios 5:21), cuatro pasajes en el Nuevo Testamento claramente le dan a las esposas la responsabilidad de someterse a sus maridos (Efesios 5:22; Colosenses 3:18; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1). Esta es la sumisión voluntaria de uno igual a otro a partir de amor por Dios y un deseo por seguir Su diseño como es revelado en Su Palabra.
Nunca es retratado como arrastrarse o de ninguna manera disminuir la igualdad de la esposa. En lugar de esto, el marido es llamado a amar a su mujer sacrificialmente así como Cristo amó a la iglesia (Efesios 5:25) y servir como el líder en una relación de dos personas que están al mismo nivel.
Mientras que a los maridos y padres se les ha dado la responsabilidad primordial del liderazgo de sus hijos (Efesios 6:4; Colosenses 3:21; 1 Timoteo 3:4-5), las esposas y madres son instadas a ser “cuidadosas de su casa” (Tito 2:5), lo cual quiere decir administradoras de la casa. Su hogar y sus hijos deben ser su prioridad, en contraste al énfasis del mundo de hoy en carreras y trabajos de tiempo completo para las mujeres y esto fuera del hogar.
La Iglesia
Desde el principio de la Iglesia Cristiana, las mujeres cumplieron un papel vital (Hechos 1:12-14; 9:36- 42; 16:13-15; 17:1-4, 10-12; 18:1-2, 18, 24-28; Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Tito 1:5; 4:19), pero no fue un papel de liderazgo. Todos los apóstoles fueron hombres, su principal actividad misionera fue llevada a cabo por hombres; la escritura del Nuevo Testamento fue el trabajo de hombres; y el liderazgo en las iglesias fue encomendado a hombres.
Aunque el Apóstol Pablo respetaba a las mujeres y trabajaba hombro a hombro con ellas para la extensión del evangelio (Romanos 16; Filipenses 4:3), él no estableció a ninguna mujer como anciano o pastor. En sus epístolas, él instó a que los hombres fueran los líderes en la iglesia y que las mujeres no debían enseñar ó ejercer autoridad sobre los hombres (1 Timoteo 2:12).
Por lo tanto, aunque espiritualmente las mujeres están al mismo nivel que los hombres y el ministerio de las mujeres es esencial para el cuerpo de Cristo, las mujeres están excluidas del liderazgo sobre los hombres en la iglesia.
Los hombres y las mujeres están al mismo nivel delante de Dios, ambos llevan la imagen de Dios mismo. No obstante, sin hacer uno inferior al otro, Dios llama tanto a los hombres como a las mujeres a cumplir los papeles y responsabilidades específicamente diseñados para ellos, un patrón que puede ser visto aún en la Trinidad (1 Corintios 11:3).
Al cumplir los papeles divinamente dados y enseñados en el Nuevo Testamento, las mujeres son capaces de alcanzar su potencial más alto porque están siguiendo el plan de su propio Creador y Diseñador. Sólo en obediencia a Él y Su diseño podrán las mujeres ser verdaderamente capaces, en el sentido más amplio, de dar gloria a Dios.
En un día en el que el compromiso es algo raro, no debe sorprendernos que la membresía en la iglesia tenga tan poca importancia en la lista de prioridades de muchos creyentes. Tristemente, no es extraño para los cristianos cambiarse de iglesia a iglesia, sin someterse en ningún momento al cuidado de ancianos y sin comprometerse en ningún momento con un grupo de creyentes.
La Definición de la Membresía en la Iglesia
Cuando un individuo es salvado, se vuelve miembro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). Debido a que está unido a Cristo y a los otros miembros del cuerpo de esta manera, él está calificado para volverse miembro de una expresión local de ese cuerpo. Volverse miembro de una iglesia es comprometerse formalmente con un cuerpo local de creyentes, que se puedan identificar, que se han unido con propósitos específicos, divinamente ordenados.
Estos propósitos incluyen recibir instrucción de la Palabra de Dios (1 Timoteo 4:13; 2 Timoteo 4:2), servir y edificarse unos a otros mediante el uso apropiado de dones espirituales (Romanos 12:3-8; 1 Corintios 12:4-31; 1 Pedro 4:10-11), participar en las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42), y esparcir el evangelio a aquellos que están perdidos (Mateo 28:18-20).
Además, cuando uno se vuelve miembro de una iglesia, se somete a sí mismo al cuidado y la autoridad de los ancianos bíblicamente calificados que Dios ha colocado en esa asamblea.
La Base para la Membresía en la Iglesia
Aunque la Escritura no contiene un mandato explícito a unirse formalmente a una iglesia local, una base bíblica para la membresía en la iglesia se encuentra a lo largo del Nuevo Testamento. Esta base bíblica puede ser vista claramente en:
1.- El ejemplo de la iglesia primitiva 2.- La existencia del gobierno de la iglesia 3.- La práctica de la disciplina en la iglesia 4.- La exhortación a la edificación mutua
El Ejemplo de la Iglesia Primitiva
En la iglesia primitiva, venir a Cristo era venir a la iglesia. La idea de experimentar salvación sin pertenecer a una iglesia local no se encuentra en el Nuevo Testamento. Cuando individuos se arrepentían y creían en Cristo, eran bautizados y añadidos a la iglesia (Hechos 2:41, 47; 5:14; 16:5). Más que simplemente vivir un compromiso privado con Cristo, esto quería decir unirse formalmente con los otros creyentes en una asamblea local y dedicarse a sí mismos a la enseñanza de los apóstoles, la comunión, el partimiento del pan, y la oración (Hechos 2:42).
Las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas a iglesias. En el caso de las pocas escritas a individuos — tales como Filemón, Timoteo y Tito—estos individuos eran líderes en iglesias. Las epístolas del Nuevo Testamento demuestran que el Señor daba por sentado que los creyentes estuvieran en asambleas qué se congregaban, no aislados de la asamblea local.
En el Nuevo Testamento también hay evidencia de que tal como había una lista de viudas que eran candidatas para apoyo financiero (1 Timoteo 5:9), también pudo haber habido una lista de miembros que creció conforme había personas que se salvaban (cf. Hechos 2:41, 47; 5:14; 16:5). De hecho, cuando un creyente partía de una ciudad dada a otra, la iglesia en la ciudad que estaba dejando frecuentemente escribía una carta de recomendación a la iglesia en la que ahora se volvería un nuevo miembro (Hechos 18:27; Romanos 16:1; Colosenses 4:10; cf. 2ª Corintios 3:1-2).
La idea de experimentar salvación sin pertenecer a una iglesia local no se encuentra en el Nuevo Testamento.
En el libro de Hechos, gran parte de la terminología encaja únicamente con el concepto de membresía formal en la iglesia. Frases tales como “toda la multitud” (6:5), “la iglesia que estaba en Jerusalén” (8:1), “los discípulos” en Jerusalén (9:26), “en cada iglesia” (14:23), ”los ancianos de la iglesia” en Efeso (20:17), señalan algún tipo de membresía reconocible en la iglesia con límites claramente delineados (vea también 1ª Corintios 5:4; 14:23; y Hebreos 10:25).
Otro ejemplo de la Iglesia Primitiva
El patrón consistente a lo largo del Nuevo Testamento es que cada cuerpo local de creyentes debe ser supervisado por una pluralidad de ancianos. Los deberes específicos dados a estos ancianos presuponen un grupo claramente definido de miembros en la iglesia que están bajo su cuidado.
Entre otras cosas, estos hombres piadosos son responsables de pastorear al pueblo de Dios—los creyentes que constituyen la iglesia local— (Hechos 20:28; 1ª Pedro 5:2), trabajar diligentemente entre ellos (1 Tesalonicenses 5:12), guiarlos (1 Tesalonicenses 5:12; 1 Timoteo 5:17), y velar por sus almas (Hebreos 13:17). La Escritura también enseña que los ancianos darán cuenta a Dios por los individuos encomendados a su cargo (Hebreos 13:17; 1 Pedro 5:3). Estas responsabilidades requieren que haya una membresía que se puede distinguir, que sea comprendida mutuamente en la iglesia local. Los ancianos pueden pastorear a las personas que constituyen el rebaño y dar cuenta a Dios por su bienestar espiritual sólo si saben quienes son; los ancianos pueden proveer supervisión sólo si saben exactamente por quienes son responsables; y pueden cumplir su deber de pastorear el rebaño sólo si saben quién es parte del rebaño y quién no lo es.
Los ancianos de una iglesia local específica no son responsables por el bienestar espiritual de todo individuo que visita la iglesia o que asiste esporádicamente. Más bien, son primordialmente responsables por pastorear a aquellos que se han sometido asimismo al cuidado y la autoridad de los ancianos, y esto es llevado a cabo a través de la membresía de la iglesia.
Al mismo tiempo, la Escritura enseña que los creyentes deben de someterse a sus ancianos. Hebreos 13:17 dice, “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos.” La pregunta para el creyente que no es parte de una congregación o que no es miembro es, “¿Quiénes son sus líderes?” El que ha rehusado unirse a una iglesia local y encomendarse al cuidado y la autoridad de los ancianos no tiene líderes. Para esa persona, la obediencia a Hebreos 13:17 es imposible. Expresado de una manera simple, este versículo implica que todo creyente sabe a quién se debe someter, lo cual, como consecuencia, supone una membresía en la iglesia claramente definida.
La Escritura es Recta, y Produce Gozo
En Mateo 18:15-17, Jesús delinea la manera en la que la iglesia debe de buscar la restauración de un creyente que ha caído en pecado—un proceso de cuatro pasos conocido como disciplina en la iglesia. En primer lugar, cuando un hermano peca, debe ser confrontado en privado por un sólo individuo (v. 13). Si rehúsa arrepentirse, ese individuo debe de tomar a uno o dos creyentes junto con él para volverlo a confrontar (v. 16). Si el hermanos en pecado rehúsa escuchar a los dos o tres, entonces deben decírselo a la iglesia (v. 17). Si aún no hay arrepentimiento, el paso final es sacar a la persona de la asamblea (v. 17; cf. 1 Corintios 5:1-13).
La práctica de la disciplina en la iglesia de acuerdo a Mateo 18 y otros pasajes (1ª Corintios 5:1-13; 1 Ti. 5:20; Tito 3:10-11) presupone que los ancianos de cierta iglesia sepan quiénes son sus miembros. Por ejemplo, el liderazgo de Palabra Abundante no tienen ni la responsabilidad ni la autoridad de disciplinar a creyente que se congrega en otra iglesia.
La Exhortación a la Edificación Mutua
El Nuevo testamento enseña que la iglesia es el cuerpo de Cristo, y que todo miembro del cuerpo es llamado a una vida entregada al crecimiento del cuerpo. En otras palabras, la Escritura exhorta a todos los creyentes a edificar a los otros miembros al practicar los “unos a otros” del Nuevo Testamento (por ejemplo, Hebreos 10:24-25) y ejercer sus dones espirituales (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12;4-7; 1 Pedro 4:10-11). La edificación mutua sólo puede llevarse a cabo en el contexto del cuerpo colectivo de Cristo, y las exhortaciones a este tipo de ministerio presuponen que los creyentes se han comprometido con otros creyentes en una asamblea local específica. La membresía en la iglesia es simplemente la manera formal de hacer ese compromiso.