Muchos piensan que el cristianismo es una religión machista que denigra a la mujer y exalta al hombre. Esto es totalmente falso pues fue Dios a través de Cristo que le dio un lugar de dignidad a la mujer, apto de ser imitado incluso por los hombres.

Mateo 27:51-56 Reina-Valera 1960

5«Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; 52 y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; 53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. 54 El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios.

55 Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, 56 entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.»

Según el evangelio de Mateo, los milagros que hizo el Padre después de la muerte de su Hijo son evidencias, señales de su disposición para salvar a aquellos que creyeran en él y de la certeza de la resurrección. Ante estas evidencias hubo reacciones humanas, respuestas positivas ante la cruz de Cristo.

Las primeras dos respuestas positivas las encontramos en el versículo 54, la actitud de temor del centurión y los que estaban con él y la fe de los mismos.

La tercera reacción fue de parte de muchas mujeres que fueron testigos presenciales del sufrimiento del Señor (versículo 55).

Ellas no eran solo espectadoras sino eran seguidoras y siervas del Señor. El evangelista especifica que ellas le seguían desde Galilea que fue donde el Señor inició su ministerio; es decir, desde el principio estuvieron con él.

Ahora miraban de lejos probablemente porque siendo mujeres –cuya característica es la sensibilidad–, no resistían el horror de aquel momento. También es probable que no se les permitiera acercarse por el hecho de ser mujeres. Pero en ningún momento abandonaron al Señor Jesucristo.

Recordemos que en 1 Pedro 3:7 se reconoce a la mujer como “vaso más frágil” y estas mujeres aún en su fragilidad fueron fortalecidas por su fe en Cristo dando evidencia al seguirle y servirle. Ellas no eran simples “admiradoras”. Eran creyentes genuinas, leales a su Señor.

La palabra “sirviéndole” en griego es una conjugación del verbo “diácono” que significa servir, que en esta parte de la Escritura implica una continuidad, un servicio constante, estas mujeres no cesaron de servir al Señor aun en los momentos más críticos.

Recordemos que las mujeres, al igual que los hombres, están en una condición de pecado y del mismo modo han recibido la gracia de la salvación.

En Lucas 4:38 se narra el caso de la suegra de Pedro que fue sanada por el Señor y “al instante les servía”. Su servicio fue indicio de haber recibido la gracia del Señor. Servir al Señor es el más alto llamado.

Entre las mujeres que se mencionan estaba María Magdalena la cual había sido liberada de 7 demonios (Lucas 8:2). María, la madre de Jacobo y José (Jacobo “el menor” que llegó a ser apóstol); Salomé, madre de los hijos de Zebedeo (Jacobo el mayor y Juan el discípulo amado), quien era hermana de María la madre de Jesús, fueron testigos también de la sepultura del Señor (Mateo 27:59-61). Ellas mismas fueron utilizadas por Dios para dar testimonio de la resurrección (Mateo 28:1,8-9). 

Tristemente no podemos ver esta actitud en los discípulos varones ya que ellos habían huido, pero por gracia de Dios volvieron después.

Lo que vemos es que el Señor Jesucristo siempre dio un lugar privilegiado a la mujer en su vida, muerte y resurrección. Nadie trato a la mujer con tanta dignidad, ternura, cuidado y amor que el Señor Jesucristo.

Tristemente en el contexto cultural de este pasaje la mujer era considerada como un niño, o un perro sin valor. Los varones disponían de la vida de sus mujeres, de sus hijas, podían echarlas a la calle, casarse con ellas siendo niñas, no eran consideradas seres racionales, no eran dignas de ser enseñadas, eran un artefacto de deleite sexual, incluso podían ser asesinadas por sus propios padres o maridos. Todo este pensamiento Griego y Romano había permeado aun en los judíos del primer siglo d.C.

Por lo tanto, el modo en que el Señor Jesús trató a las mujeres fue transformador. Él las dignificó. Habló con la mujer samaritana, resucito a la hija de Jairo, encargó a su madre María a Juan, tenía por amigas a Marta y a María, hermanas de Lázaro, María pasaba tiempo escuchando las enseñanzas de Jesús. Permitió que una prostituta le lavara los pies con sus lágrimas de arrepentimiento, sanó a la mujer del flujo de sangre. Él aprobó que muchas mujeres le siguieran y le sirvieran.

Nadie trato a la mujer con tanta dignidad, ternura, cuidado y amor que el Señor Jesucristo.

Y si aplicamos este principio a nuestra vida, el varón maduro en Cristo tendría que tratar a la mujer de la misma manera que Él lo hizo, con dignidad, ternura, cuidado y amor. Es momento para los varones de reflexionar en cómo tratan a su esposa, hermana, a la compañera de trabajo, a las hermanas de la iglesia. Y para las mujeres, recordar que la libertad y el privilegio que tienen en Cristo son posibles porque fueron tratadas con dignidad por el Señor.

El varón maduro en Cristo tendría que tratar a la mujer de la misma manera que Él lo hizo, con dignidad, ternura, cuidado y amor.

Espiritualmente, el hombre y la mujer ocupan el mismo lugar (Gálatas 3:28) pero desempeñan diferentes roles, las funciones son diferentes. Una de estas funciones es servir al Señor y a los demás, y más que función es un privilegio.

El hombre fue llamado a ser autoridad y la mujer como ayuda idónea de esa autoridad (Génesis 2:18). Ser ayuda idónea es ser la contraparte a las carencias que el hombre tiene. Ser esa contraparte para hombre no es para ser la competencia sino la ayuda para él.

La sumisión y el servicio de la mujer al esposo y a los pastores es reflejo de la sumisión y servicio a Cristo. Cuando una mujer acepta con gozo el rol que Cristo le dio de ser ayuda idónea para el liderazgo del hombre, esa mujer esta reflejando madurez espiritual.

Cuando una mujer acepta con gozo el rol que Cristo le dio de ser ayuda idónea para el liderazgo del hombre, esa mujer esta reflejando madurez espiritual.

Observemos las vidas de Sara, Rut, Ester, Rahab, la mujer virtuosa de Proverbios 31, etc. Ellas fueron siervas de Dios. Tengamos presente el ejemplo de Lidia (Hechos 16:14-15), de Loida y Eunice (2 Timoteo 1:5), quienes no pretendían ser autoridad sino que se deleitaban en el servicio a Dios.

Así como las mujeres que estuvieron en el momento crítico de la crucifixión y muerte de Cristo, debemos ser leales sirviendo a nuestro Señor tanto hombres y mujeres en los momentos críticos de la vida dando muestra de nuestra salvación.

Redacción y corrección: Itzel Flores y Regina Romo