En estos tiempos tan difíciles, muchos creyentes se han sentido desilusionados por los mensajes que, desde los púlpitos, han prometido una vida cristiana exenta de dolor. Se ha predicado que al cristiano todo le va bien, que el Señor no permitirá que su pueblo sufra, que enfermedades, pruebas económicas y sufrimientos no forman parte del propósito divino. Sin embargo, la realidad golpea con fuerza: hermanos enfermos, sin empleo, enfrentando la muerte o grandes carencias. ¿Quién ha mentido?, ¿quién ha dicho esa falsedad acerca de una prosperidad garantizada para los creyentes? ¿Dios o los hombres?

La respuesta es clara: fueron los hombres. Dios no miente. Pero los hombres que se apartan de la verdad bíblica sí lo hacen.

Jesús siempre fue honesto. Él es Dios y nunca alteró la voluntad del Padre. Fue el único ser humano que habló con total verdad. En el evangelio de Mateo encontramos un pasaje que revela con claridad la realidad del sufrimiento dentro del plan divino:

Mateo 16:21-23 (RVR1960)
Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.
Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.
Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.

Este es el primer momento en Mateo donde el Señor revela abiertamente que le era necesario —es decir, obligatorio según el plan del Padre— padecer y morir, para luego resucitar al tercer día. Ya antes había insinuado su muerte (Mateo 12:39), pero aquí lo declara con claridad. Jesús entendía el propósito del Padre: mediante su sufrimiento en la cruz, muchos recibirían la mayor de las bendiciones: la vida eterna.

Pero Pedro no compartía ese pensamiento divino. Le parecía inconcebible que el Mesías, el Hijo del Dios viviente, tuviera que morir. Para él, eso era una contradicción. ¿Cómo podría sufrir quien tiene una relación única con el Padre?

Aquí se presentan dos visiones opuestas. Jesús ve el sufrimiento como necesario, como el camino hacia la redención. Pedro, en cambio, con un pensamiento humano, lo rechaza. Por eso Jesús lo reprende con firmeza, incluso llamándolo “Satanás”, pues sus palabras se oponían directamente a la voluntad de Dios.

Muchos creyentes hoy piensan como Pedro: creen que el sufrimiento no puede estar dentro del plan de Dios. Recuerdo que cuando prediqué sobre esta verdad bíblica, algunos hermanos se incomodaron. Pero ¿cómo superar este pensamiento tan arraigado y contrario al propósito divino? La respuesta la encontramos en el mismo Pedro. Con una mayor comprensión del ministerio de Cristo, él llegó a entender que el sufrimiento era necesario para que hubiera resurrección:

2 Pedro 1:3-5 (RVR1960)
Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia…

Más adelante, Pedro incluso afirma que los creyentes deben estar dispuestos a sufrir, si así lo quiere la voluntad de Dios:

1 Pedro 3:17-18 (RVR1960)
Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal.
Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…

Cristo sufrió para librarnos del pecado. De igual manera, nosotros, como creyentes, debemos estar dispuestos a sufrir haciendo el bien, llevando el evangelio en un mundo caído.

El sufrimiento, aunque resultado del pecado en el mundo, es usado por Dios con un propósito santo: perfeccionar a los que lo aman. No es Dios quien lo origina (Santiago 1:13), pero en su soberanía lo utiliza para hacernos semejantes a Cristo:

Romanos 8:28-29 (RVR1960)
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…

Todo —lo bueno y lo aparentemente malo— coopera para el bien de los que aman a Dios. Este bien es ser conformados a la imagen de su Hijo. En el sufrimiento por causa de Cristo es cuando más nos parecemos a Él.

Predicar que el sufrimiento no forma parte de la vida cristiana es antibíblico. Es fomentar en el creyente una teología superficial e inmadura. El sufrimiento, según Santiago, produce madurez espiritual:

Santiago 1:2-5 (RVR1960)
Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia…

El creyente que niega el propósito de Dios en el sufrimiento piensa como Pedro cuando “ponía la mira en las cosas de los hombres”. Es comprensible preguntarnos dónde está Dios en medio de los días difíciles, o por qué nos suceden cosas dolorosas a pesar de seguirle. Pero la respuesta es clara: Dios es soberano. No te ha abandonado, te está madurando. Eso es lo que significa parecerse cada día más a Jesús.