
Hoy en día, a raíz de la pandemia, muchos en México se han sumado a la lista de personas que padecen depresión, ansiedad, angustia, desánimo, miedo y tristeza. Esta realidad ha dado paso a una crisis más profunda: una pandemia de salud mental.
Incluso entre los creyentes, esta oleada de aflicción puede presentarse. No estamos exentos de los problemas de este mundo caído. Sin embargo, confiamos en que el Señor nos guarda del mal, tal como oró nuestro Salvador:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.”
(Juan 17:15, RVR1960)
Los cristianos no estamos libres de sufrir en el alma: la depresión, el afán, el desánimo, el temor y la tristeza pueden tocarnos. Pero los que estamos en Cristo enfrentamos estas aflicciones de manera diferente: contamos con la ayuda sobrenatural del Señor, quien nos guarda del mal.
Al final del Sermón del Monte, Jesús nos dejó una enseñanza crucial:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca…”
(Mateo 7:24–27, RVR1960)
Ambos hombres en esta parábola enfrentaron las mismas tormentas —lluvia, ríos y vientos—, que bien podrían representar las crisis emocionales. Sin embargo, el que oyó y obedeció la Palabra permaneció firme.
Vivimos en un mundo que se desploma como la casa del hombre insensato. Pero los que edificamos sobre la Roca, que es la Palabra de Dios, hallamos seguridad y esperanza.
Ante la crisis, el creyente necesita consejo. Pero no cualquier consejo, sino el del único y verdadero Consejero: nuestro Señor Jesucristo.
Uno de sus nombres es “Admirable Consejero”:
“Porque un niño nos es nacido… y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.”
(Isaías 9:6, RVR1960)
El término hebreo “yô-ês” significa asesor, instructor, guía. Un consejero dirige con sabiduría hacia el camino correcto.
Y es aquí donde notamos una diferencia crucial entre la consejería bíblica y la psicología moderna.
La psicología contemporánea busca la autorrealización y la felicidad del individuo. Su objetivo es describir, explicar, predecir y modificar el comportamiento humano mediante la psicoterapia, basada en teorías filosóficas y subjetivas. Cada psicólogo opera bajo corrientes distintas, influenciado por su formación y experiencia personal.
La psicología dirige al hombre hacia sí mismo en busca de respuestas. Pero el alma humana no puede ser restaurada por teorías cambiantes, sino por la Verdad eterna de Dios.
A diferencia de esto, la consejería bíblica tiene un solo propósito: llevar al hombre a glorificar a Dios. No pretende sanar al margen de Dios, sino centrar la vida del aconsejado en su Creador. Su fundamento no es la técnica terapéutica, sino la suficiencia de las Escrituras.
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
(Juan 17:17, RVR1960)
Mientras la psicología busca la realización personal, la consejería bíblica busca la santidad del creyente, el apartamiento para Dios.
Por desgracia, dentro de la iglesia se ha infiltrado la idea de que la Palabra de Dios no es suficiente. Algunos proponen una “consejería cristiana sin Biblia” o combinada con psicología. Pero el verdadero cambio no puede ocurrir sin la exposición directa a la Palabra.
La Biblia transforma. Las teorías cambian; la Verdad permanece.
La consejería bíblica confronta el pecado, llama al arrepentimiento, responsabiliza al hombre y lo guía por el camino de la santidad. A diferencia de la psicología, que a menudo victimiza al individuo, la Escritura nos muestra nuestra condición real y nos dirige al único que puede restaurar el alma: Dios.
Incluso si una persona ha sido genuinamente víctima, solo la Palabra puede consolar su corazón y alejarlo de la autocompasión y la autojustificación.
El rey David nos deja un testimonio poderoso de la suficiencia de la Palabra en Salmo 19:7–9:
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma;
El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.
Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón;
El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre;
Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.”
(Salmo 19:7–9, RVR1960)
Este pasaje declara que la Palabra:
- Convierte el alma.
- Hace sabio al sencillo.
- Alegra el corazón.
- Ilumina los ojos.
- Permanece para siempre.
- Es verdad y justicia absoluta.
La ley de Dios es perfecta (“tâmîm”), sin defecto, sin desviación. Transforma el alma (“népesh”), el ser interior. Sólo la Palabra, acompañada del poder del Espíritu Santo, puede efectuar este cambio.
Si un creyente enfrenta ansiedad, depresión o temor, la solución no es elevar su autoestima, sino someterse a la Palabra de Dios y hallar gozo en la obediencia:
“Bendeciré a Jehová que me aconseja;…
A Jehová he puesto siempre delante de mí…
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma;
Mi carne también reposará confiadamente.”
(Salmos 16:7–9, RVR1960)
El gozo del Señor es el antídoto contra las crisis del alma.
El temor de Jehová, como sinónimo de su Palabra (Salmo 19:9), es puro y eterno. Sus juicios no tienen error ni corrupción. Por eso, la Biblia es el único consejo verdadero para el alma.
Finalmente, Pablo advierte a la iglesia en Colosas sobre filosofías humanas:
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas… y no según Cristo.”
(Colosenses 2:8–10, RVR1960)
Cristo es suficiente. Su Palabra es suficiente. La Biblia es el consejo supremo para el alma del creyente.