
El Señor ha provisto dos medios poderosos para preservar la unidad entre los creyentes frente al embate del pecado: la disciplina eclesiástica y el perdón. Es sobre este segundo medio que deseo hablarte hoy.
Nuestro Señor, en su sabiduría infinita, sabía que su Iglesia no sería perfecta; el pecado seguiría estando presente aún dentro de ella. Por ello, en sus enseñanzas a los discípulos, reveló la naturaleza del verdadero perdón.
En Mateo 18 —sección conocida por muchos teólogos como el “Discurso de la vida del creyente”— el Señor responde a la pregunta que el apóstol Pedro le formula sobre el perdón entre hermanos:
Mateo 18:21 (RVR1960)
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”
Con sabiduría divina, el Señor aprovecha esta pregunta para instruir a sus discípulos sobre la obligación de perdonar sin límites. Luego, mediante la parábola de los dos deudores, ilustra qué significa perdonar de todo corazón:
Mateo 18:35 (RVR1960)
“Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”
El Señor establece dos directrices esenciales para entender el perdón bíblico: debe ser constante y debe ser de todo corazón.
Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿qué significa perdonar “de todo corazón”?
En las Escrituras, el corazón representa no solo los afectos y emociones, sino también la sabiduría y el conocimiento. Así, el perdón verdadero no se basa únicamente en sentimientos, sino que brota desde lo más profundo del ser, sustentado por una convicción sabia y entendida.
Decir “lo perdoné de corazón porque lo quiero” puede ser sincero, pero el corazón humano es engañoso (Jeremías 17:9). Por eso, es necesario que el entendimiento y la sabiduría acompañen al sentimiento. El perdón bíblico no es superficial ni meramente emocional; es un acto de obediencia consciente al carácter santo de Dios.
Lamentablemente, en la mente de muchos creyentes se ha infiltrado un concepto distorsionado del perdón. Piensan que perdonar es simplemente dejar de odiar, de sentir rencor o desear venganza, aunque esto debe de pasar en el verdadero perdón no se esta considerando en nada al ofensor, en tal caso estos sentimientos son pecaminosos en sí mismos pues se centran en la persona agredida solamente y terminan siendo egoístas.
Perdonar no es dejar de odiar: es mucho más. Por eso, deseo apoyarme en la enseñanza bíblica del pastor y teólogo R.C. Sproul, quien expone con claridad las cinco “R” del perdón, destacando el sonido que las une y su profunda conexión teológica:
1. Arrepentimiento
Sproul define el arrepentimiento como:
“Un dolor piadoso por haber quebrantado la ley de Dios, por haber transgredido la relación con Él y haber dañado nuestras relaciones con los demás. Es un dolor que conlleva el deseo y la determinación de apartarse del pecado.”
Dios, en su carácter, es verdaderamente perdonador. Cuando alguien se arrepiente sinceramente, Él otorga el único tipo de perdón que existe: el verdadero.
Éxodo 34:6-7 (RVR1960)
“¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso… que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…”
Proverbios 28:13 (RVR1960)
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”
Imitar a Dios en esto es esencial: si alguien se arrepiente, debemos perdonarlo. Pero si no hay arrepentimiento genuino, esa persona permanece atada a su pecado (Mateo 18:18) y no podemos ofrecerle el perdón que desata.
2. Remisión
Perdonar implica liberar a la otra persona de la deuda moral que ha contraído. Es enviar lejos el pecado, como lo hace Dios:
Salmos 103:12 (RVR1960)
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.”
Miqueas 7:19 (RVR1960)
“Echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.”
Isaías 6:7 (RVR1960)
“Es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.”
Así también debemos nosotros remitir: dejar de tener presente la ofensa, liberando al hermano sinceramente arrepentido.
3. Restitución
El perdón verdadero incluye la restauración de la persona al lugar que tenía, con sus derechos y deberes. Tal como el padre del hijo pródigo:
Lucas 15:22-24 (RVR1960)
“Sacad el mejor vestido… porque este mi hijo muerto era, y ha revivido…”
No hay restitución sin arrepentimiento, pero una vez que éste existe, debemos recibir al ofensor con gozo y dignidad.
4. Reconciliación
2 Corintios 5:18 (RVR1960)
“Nos dio el ministerio de la reconciliación.”
La reconciliación es el restablecimiento del vínculo, la restauración de la comunión. A veces, como en el caso de Pablo y Marcos (cf. Hechos 15:39; 2 Timoteo 4:11), esto toma tiempo, pero es el fruto del perdón genuino.
5. Restauración
Salmos 51:12 (RVR1960)
“Vuélveme el gozo de tu salvación…”
La restauración es el resultado final: volver al estado original de amor, confianza y comunión. No es suficiente simplemente tolerar al otro: se debe buscar que la relación sane y florezca.
Conclusión
Perdonar no es solo dejar de odiar. Eso es parte del mandamiento general de amar incluso a los enemigos. Perdonar es:
- Remitir la deuda del otro, sin tenerla en cuenta.
- Restituir al hermano en su dignidad.
- Reconciliarse con él en la medida de lo posible.
- Restaurar la comunión como si nada hubiera ocurrido.
Eso es lo que Cristo hizo contigo. Cuando tú pecaste contra Dios, Él te llevó al arrepentimiento, pagó tu deuda, te reconcilió consigo mismo y restauró tu relación con Él. Todo por Su gracia, cuando tú le pediste perdón.
El Señor nos llama hoy a ofrecer ese mismo tipo de perdón a quien sinceramente se arrepiente.
Quisiera poner a tu consideración un concepto importante: el perdón sin arrepentimiento no es viable. En la actualidad, la psicología promueve la idea de perdonar incluso cuando quien ha ofendido no muestra intención alguna de arrepentirse o pedir disculpas. Sin embargo, al observar las Escrituras y el carácter de Dios, notamos que Él nunca otorga perdón al pecador que no se arrepiente.
Como creyentes llamados a imitar el carácter santo de nuestro Dios, no podemos otorgar perdón a quien no lo solicita. No obstante, algo crucial es que el verdadero cristiano, aun en medio del dolor y la ofensa, no debe albergar amargura en su corazón (Mateo 5:21-26, 38-48).
¿Hay alguien que te ha pedido perdón sinceramente y a quien todavía no has perdonado? No permitas que el pecado destruya lo que Dios quiere preservar. El perdón une; el resentimiento divide y sobre todo nos separa de Dios.
